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Camboya

Battambang y su arquitectura colonial francesa

Battambang es una ciudad agradable, pero mucho menos turística que Siem Reap o Phnom Penh. Con las comodidades -no en exceso- de una ciudad, conserva la magia y el encanto de un pueblo y se puede pasear por sus calles tranquilamente a salvo de la congestión de vehículos tan característica de las otras grandes urbes camboyanas.

Edificio colonial en Battambang
 
Arquitectura colonial francesa de Battambang

Gran parte del encanto de Battambang reside en la arquitectura colonial francesa de principios del siglo XX de la que puede disfrutarse en el centro de la ciudad; pero que nadie espere una magnífica conservación, ni edificios fascinantes, sino más bien el encanto de la decadencia y el paso de los años por unas construcciones que en su época fueron punteras y significativas del estilo arquitectónico de su tiempo.

Mercado Central de Battambang


Pese a que hubiésemos podido contratar alguna excursión a una granja de cocodrilos, a una fábrica de papel de arroz y a un ahumadero de pescado (unas 3 horas), preferimos quedarnos en la ciudad.

En Battambang hay bastante poco que hacer, pero tampoco existe problema alguno en ocupar completamente el día paseando por sus calles, contemplando los puestos de alimentos del Mercado Central, viendo sus Wats -templos budistas que sobrevivieron al periodo de los jemeres rojos gracias a un comandante que desobedeció las órdenes de sus superiores-, observando a los cientos de niños uniformados en la puerta de los colegios, tomando algo en los puestecillos junto a la margen occidental del río, o viendo las clases de aerobic al caer el sol.

Niños a la salida del colegio
Niñas dando clases

Distribuidor oficial Apple en Battambang
Mujeres practicando deporte al caer el sol

 

Mujeres practicando deporte en Battambang
Wat en Battambang

Battambang es una ciudad tranquila, donde nadie te molesta, ni siquiera los pocos conductores de tuk tuks de la ciudad y además es más barata que otras ciudades de Camboya, aunque poco hay que comprar aquí.

Además del prescriptivo largo baño de Macarena en la piscina del hotel, aprovechamos el día para hacer la reserva del vehículo con el que nos desplazaríamos a Phnom Pehn. En el Hotel, el trayecto hasta la capital costaba 12$ por persona en autobús y 9$ por persona si se escogía autobús nocturno. Sin embargo, en la calle 3 -porque en Battambang el nombre de las calles está determinado por números- hay una agencia de viajes recién estrenada que ofertaba trayectos en minivan (9 plazas en total) casi de manera exclusiva para turistas a 8$ por persona.

Hasta Phnom Pehn tardaríamos 4 horas, y sólo se llevaría a cabo una parada. La furgoneta – que nos la enseñaron- era completamente nueva: asientos totalmente abatibles, aire acondicionado, wifi y … karaoke. El trayecto en coche costaba 50$, así que, tras ver la van en la que marcharíamos el siguiente tramo de nuestro viaje, probamos suerte y nos ahorraríamos 24$ en las cuatro horas que nos separaban de la capital, pese a nuestras reticencias iniciales de viajar en transporte colectivo.

 

Volvimos a comprar más bígaros para que, si no los volvía a encontrar en otro lugar -cosa que no ocurrió- se me terminaran saliendo por las orejas. Y, por la tarde, tras la lluvia nos acercamos a los parques y a ver las sesiones de aerobic vespertinas a la que, por el tiempo, no había acudido tanta gente como el día anterior.

Una de las cosas que comenzó a llamarme la atención, puesto que Siem Reap es una ciudad eminentemente turística y este tipo de estampas camboyanas no suelen ser habituales, es la actividad de los camboyanos al caer el sol, sobre todo a la hora de practicar deporte y ejercicios de todo tipo. Desde los que practican running, los que juegan al Sepak takraw (deporte de sudeste aisiático, parecido al voleibol, en el que únicamente se permite el uso de los pies y la cabeza para tocar una pelota de ratán) las señoras que aprenden danza, los que utilizan los aparatos de gimnasia del mobiliario urbano, o los que practican yoga o aerobic.

 

Aquella noche volvimos al hotel dando una vuelta por la orilla oriental del Río Stung Sangker. Pero cuando nos dimos cuenta de que habíamos dejado tan atrás el puente por el que teníamos que cruzar, ya estábamos dentro de la zona de prostitución -en donde no hubo el más mínimo problema-.

Continuamos hasta el siguiente puente para cenar en algún lugar más céntrico y terminamos en el Pizza Company and Swensens. El local estaba diseñado al más puro estilo europeo en todos los sentidos, incluido los precios.

Fuente: https://www.facebook.com/pages/Pizza-Company-and-Swensens-Battambang/1435227470027883

Recuerdo una familia sentada a nuestra derecha: El marido, la mujer, la abuela y dos niños que soltaron como animales por el establecimiento para que dieran por culo a todos los que estábamos tranquilamente tomando algo. A los niños no les pidieron nada de comer ni beber y pidieron para los tres una cocacola y un plato de spaguetis. En la carta había la posibilidad de elaborar tu propia ensalada en un refrigerador buffet. El restaurante te facilitaba un bowl -de reducidas dimensiones- y podías llenarlo sólo una vez de lo que pudieras o quisieras servirte. Pues bien, la señora pasó ante el mostrador más de 20 minutos y se las compuso con la lechuga de tal manera que pudo poner cosa sobre cosa, aceitunas, tomate, zanahoria, col, pepino, pimientos, maíz, remolacha, trozos de queso, trozos de jamón, coliflor,… y cuando acababa la montaña, volvía a recomponerla y seguía echando y echando ingredientes hasta que pudo llevar a su mesa una torre de la que pudieron comer, en realidad hartarse, ella, su marido, la abuela y los dos niños. Vergonzoso. Yo creo que de haber ocurrido aquí, en España, la hubieran echado del restaurante! O no.

 

Tras la cena, pasamos por un espacio que dividía la pizzería y la heladería Swensens y Macarena se pidió un helado. La heladería era de las que pocas veces he visto en España: tenía toda clase de helados y postres fríos, con todos los diseños y composiciones. Aquella noche, la cena nos costó algo así como 35$ (pizza y pasta con bebidas) lo que me pareció absolutamente obsceno en un lugar como Camboya donde la gente se alimenta por 1$ de lo que sirven en los puestos callejeros. Quizá de haber pagado esa cantidad en España, ni me hubiera extrañado, ni me hubiera importado, pero el guarda de seguridad de la puerta, el metre, el servicio de mesas en un sitio de comida rápida… me pareció todo fuera de lugar en aquel país y… no me gustó y no por nosotros, sino que era algo así para mí como el estar traicionando la esencia del país -incluso visitándolo como turista-.

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2 comentarios

Chari BR7 16 septiembre, 2015 at 11:15 am

Descubrir el mundo, como lo hacéis con vuestra hija, debe ser maravilloso. Las fotografías son geniales, gracias por compartir vuestra experiencia

Responder
Macarena Sierra Lechuga 16 septiembre, 2015 at 4:50 pm

Muchísimas gracias Chari a ti por interesarte por nuestros relatos.

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