Gjirokastër o Gjirokastra es la otra “ciudad museo” de Albania, junto con Berat. La UNESCO declaró en 2005 su centro histórico como Patrimonio de la Humanidad, en una denominación a la que se unió en 2008 la ciudad de Berat, otro raro ejemplo de pueblo otomano bien conservado.
Gjirokastra es además la ciudad natal del dictador Enver Hoxha, cuya casa voló por los aires tras un atentado cometido después de la caída del Régimen.
Nuestra siguiente parada se ubicaba a 180 km de Berat, nuestra última etapa, y por el camino seguimos sufriendo los excesos de los albaneses al volante y el raro diseño del trazado vial. Y como Berat, Gjirokastër se encontraba también “en cuesta”, construida al abrigo de un castillo sobre la falda de las montañas. La diferencia es que estas cuestas eran lo suficientemente empinadas con unos adoquines en el suelo lo suficientemente resbaladizos como para que diera miedo subirlas en coche ¡No se podía ver la carretera de la inclinación que llegaba a adquirir el vehículo! Y además, nuestro hotel estaba en la parte más alta de la ciudad, superando incluso la altura del castillo.
El Hotel, Urat Guest House, no era gran cosa: más bien una amplísima habitación en una especie de gran casa familiar; pero la ubicación era buena, había sitio para dejar el coche, disponía de un gran baño y un balcón con vistas, desayuno, estaba rodeado de pequeños restaurantes y, además, sólo nos costaba 27€.
Desde allí, y después de comer, nos dirigimos andando, entre cuesta y cuesta, a explorar la ciudad.
Qué ver en Gjirokastër
Castillo de Gjirokastra
Lo primero que hicimos fue visitar el castillo, muy completo por cierto, pero lleno de basuras y con unos baños que apestaban a distancia.
El castillo está abierto todo el año y la entrada cuesta 400 lekë (3,50€) y, pese a que en la entrada había un cartel que decía que hay descuentos para mayores de 60, discapacitados y estudiantes, nos dijeron que no nos lo aplicaban, ya que sólo lo aplican a nacionales. Entrar en el interior del museo además, cuesta 200 lekë (2€) extras.
El interior del castillo está muy chulo y desde sus murallas se puede apreciar toda la ciudad.
Lo primero que se ve al acceder es la Galería de Artillería llena de armamento de guerra abandonado o capturado durante la Segunda Guerra Mundial.
Además, llama la atención en uno de sus patios el fuselaje de un antiguo avión estadounidense que se vio obligado a aterrizar en territorio albanés en 1957 por problemas técnicos.
En uno de los extremos del castillo destaca una torre del reloj, tras un gran patio en el que se siguen celebrado eventos y festivales.
Además, en una especie de pequeño jardín abandonado, se conservan las tumbas de dos Bektashi Babas, dos miembros de la alta jerarquía de esa corriente islámica.
Bazar de Gjirokastër
Cuando terminamos de olfatear cada rincón del castillo, bajamos al centro de la ciudad en donde se ubica su bazar.
A Gjirokastra se la conoce como “ciudad de las piedras” por su particular arquitectura distintiva. A la mayor parte de las casas se las denomina kules y son construcciones de dos o tres alturas en las que la parte inferior está hecha de piedra –habitable en época invernal- y los pisos superiores poseen grandes ventanales para habitar en verano en un ambiente más fresco.
El bazar fue construido en el siglo XVII en el centro de la ciudad y es peatonal. Tuvo que ser reconstruido en el siglo XIX tras un incendio y, después de 1997, tras una revuelta popular que provocó importantes daños.
El lugar se encuentra lleno de tiendecitas de recuerdos y productos típicos de Albania: ceniceros, alfombras, joyas en plata, artículos de cuero… y un mismo dueño suele tener dos o tres comercios en la misma calle.
Además, hay barecitos y cafeterías en las calles adoquinadas que se llenan de ambiente al atardecer ¡Había hasta una orquesta!
Dimos una vueltecilla y compramos algunos souvenirs albaneses – yo estaba loca por comprar un cenicero de mármol que simula un búnker je je je-. También subimos por las escaleritas que llevan hasta el obelisco que se encuentra cerca de la primera escuela albanesa que se abrió en la ciudad en 1908 y es símbolo de la educación en Albania.
Más tarde, fuimos a cenar al Hotel Kodra, desde donde tuvimos una vista preciosa del castillo.
Túnel de la Guerra Fría –The Cold War Tunnel–
Todavía nos quedaba visitar el Túnel de la Guerra Fría que, como estaría cerrado, dejamos para la mañana siguiente.
Para visitarlo, hay que ir a la Oficina de Turismo, que está en la parte más baja del Bazar. Allí se pagan los 200 lekë de la entrada y se espera que venga el guía de la anterior visita, que se pasa el día yendo y viniendo.
El Museo del Túnel de la Guerra Fría (también llamado Túnel de la Guerra del Color) es un búnker subterráneo que sirvió como refugio de emergencia en la última parte de la era comunista de Albania (1944-1990).
Construido en secreto a principios de la década de 1970, el búnker tiene 800 metros de largo y 59 habitaciones. El búnker de Gjirokastër se encuentra en su estado original, lo que lo hace menos informativo pero mucho más genuino que el que vimos en Tirana.
El Túnel tiene salas para asuntos gubernamentales y locales, interrogatorios, lugares para dormir, generador de energía y almacenamiento de agua. Gran parte de los muebles originales fueron saqueados en 1990, pero aún quedan piezas.
El recorrido por el túnel duró unos 20 minutos. En verano abren hasta las 18:00, mientras que en invierno cierran a las 14:00 horas.
Además, en Gjirokastër es posible visitar el interior de alguna de las casas tradicionales–algo que no hicimos nosotros-, como la Casa Zekate, un antiguo palacete de estilo otomano; Skenduli House o el Museo Etnográfico.
Tras la visita al túnel, partimos en dirección a las Ruinas de Butrint.
4 comentarios
Otra preciosa ciudad con bastante encanto para visitar. Esas ciudades más bien pequeñas suelen ser encantadoras incluso sus gentes.
Un precioso reportaje amiga, te felicito por lo bien documentado, fotografiado y tus buenas explicaciones, todo un detalle.
Espero que este recién comenzado año dejemos de lado este maldito virus que tanto daño sigue causando. Te seseo un año de felicidad y de buenos viajes.
Un gran abrazo.
Se trata de una ciudad encantadora, de esas por las que da gusto pasear: con poca gente, bonita arquitectura, buena comida… La recomiendo al 100%
Agradezco muchos tus palabras, Juan. Un fuerte abrazo.
De esta entrada me ha gustado todo.
Qué maravilla!!En especial el interior del castillo……a estas alturas ya sabes que tengo debilidad por ellos, por recorrer su interior, transportarme a otra época e imaginar cómo sería vivir allí entonces, qué sentirían aquellos habitantes propietarios primigenios y dejarme llevar por lo que siento yo.
Me encantan las calles de adoquines, donde yo vivo todo el casco histórico tiene ese pavimento. Ahora sí, otra cosa son las cuestas que dices. Caray!! Tan empinadas como para que el coche patinara decías. Hay que ser valientes para ello, pero más para subirlos a pie. Glub. 😳
Gracias por dejar que te acompañemos en estas excursiones. Sin temor a repetirme, diré una vez más que es todo un lujo!! Lo disfruto mucho y te lo agradezco.
Un besazo, Macarena.
Lo de los adoquines da para una tesis doctoral, Nélida. Creo que aportan una belleza al entorno en el que se ubican, pero son mortales para caminar sobre ellos, sobre todo con tacones jajajajajajaja.
El lugar es encantador, pequeño, pero bonito. El problema es ése: las cuestas. Pero como casi todo en los Balcanes está en cuesta, lo tomamos con normalidad. El castillo es muy interesante, aunque a mí el tema de los búnkeres me tenía fascinada.
Gracias, Nélida, por tus palabras.
Un besazo.