El Lago Inle, junto con los Templos de Bagán, es uno de los lugares más espectaculares de Myanmar por tratarse de un lugar diferente. Sus 200 kilómetros cuadrados albergan más de 200 aldeas en las que moran un número incontable de etnias diferentes, pero además es un lugar fértil, característico por sus huertos flotantes y conocido mundialmente por la forma de pescar de sus moradores. Por otra parte, es lugar de numerosos talleres de variopintas artesanías y peculiares construcciones.
El Lago Inle
Si tuviera que decantarme por un lugar especial de Myanmar, no sabría si elegir entre los Templos de Bagán o el Lago Inle. Pese a que el lago es un lugar muy visitado, la fotografía de los 2.000 templos rojizos en la bruma del amanecer ha sido explotada hasta la saciedad y, quizás Inle ha sido relegado a un inmerecido segundo puesto.
El Lago Inle mide unos 11 kilómetros de ancho por unos 22 de largo, lo que se traduce en 200 kilómetros cuadrados de superficie. Se trata de un lago de agua dulce poco profundo que se encuentra a unos 900 metros sobre el nivel del mar. Aun así, no es la mayor extensión de agua del país, ya que este puesto lo detenta el Lago Moebyel, un poco más al sur.
Nyaugwngshe, el punto de partida en el Lago
Inle es uno de los lugares más visitados del país, y como mínimo, requiere dos días de estancia. Es necesario al menos un día completo para visitar los lugares más destacados del Lago que se encuentran en los alrededores de Nyaugwngshe, que es el principal punto de infraestructuras turísticas para alojarse y preparar la excursión.
Por otra parte, en las afueras de Nyaugwshe –al norte, en la carretera de Heho- se encuentra el Monasterio Shwe Yaunghwe Kyaung (Shwe Yan Pay), del siglo XIX, realizado en madera de teca al estilo de los que vimos en Mandalay e Inwa; pero que destaca por sus ventanas ovaladas y su interior policromado y con budas encastrados. ¡Es una pena que perdiéramos más tiempo de la cuenta en Mandalay! Pues aquí no pudimos realizar más visitas por falta de tiempo. Además, todos los días, hasta las tres de la tarde, en el centro del pueblo se celebra un mercado lleno de birmanos de las más diversas etnias, todos ataviados con sus trajes tradicionales. Y también la zona ofrece una extensa variedad de trekkings –el más solicitado es el de Kalaw-, paseos en bici y a caballo. Asimismo, un kilómetro de Nyaugwshe hay unas cuevas de tres cientos años que albergan un monasterio en su interior. Así que en Inle, siempre hay algo por hacer.
Excursión al Lago Inle
Contratamos la excursión la noche anterior en el hotel. El tour normal por el Lago Inle viene a costar 18.000 Kyats (13€) x 3 personas – es habitual que varios viajeros se reúnan y compartan barca para repartir los gastos – que incluye una ruta que termina en la Pagoda Phaung Daw Oo. Sin embargo, yo quería llegar hasta la aldea In Dein que se encuentra un poco más alejada y, por ello, el precio aumenta hasta los 22.000 kyats (16€) y aseguro que esta cantidad ridícula es bien merecida por llegar hasta la zona de In Dein y ver la belleza que se despliega ante los ojos de viajero.
La ruta se puede planificar “con shopping” en la que el barquero te va llevando de un taller a otro para que veas cómo se elaboran diferentes productos, “sin shopping” –visitas a monasterios, mercados, estupas, jardines flotantes- y un híbrido entre ambas, para mí ideal, ya que permitiría que Macarena conociera el origen y la elaboración de muchos productos que conoce y, observando la materia prima, el trabajo que requiere su manufactura y el producto procesado, podría aprender a apreciar el valor de las cosas y del trabajo que requieren.
La excursión –incluyendo el tiempo de descanso para comer algo y el trayecto hasta la aldea Indein- duró desde las 8:00 a.m. hasta las 17:00 horas que es el momento en el que comienza a caer el sol y las tonalidades del lago cambian.
Es importante que los que seáis blanquitos llevéis protección solar porque el reflejo del sol en el agua achicharra y que no olvidéis vuestro chubasquero y vuestra botella de agua.
Comenzamos la excursión en el embarcadero de Nyaugwshe al que nos había acompañado el barquero que vino a buscarnos al hotel. Íbamos sentados en unas sillitas de madera sobre los chalecos salvavidas y en fila de “a uno”.
Salir del canal que lleva al Lago es ya toda una experiencia en la que disfrutas del trasiego de canoas cargadas de mercancía y verduras, gente bañándose en el río, niños jugando, barcas que vienen y van cargados de personas… Pero llegas al gran lago y tus pupilas se dilatan como si fueras ave rapaz y todo un nuevo mundo de belleza y extrañeza se despliega ante tus ojos.
Lo primero que vimos fueron los pescadores de Inle con sus artes de pesca cónicas, famosos en el mundo entero por su forma imposible de mantener el equilibrio sobre uno de los vértices de su frágil canoa.
Pero no fueron los únicos pescadores que vimos en Inle. En el Lago, utilizan también redes para realizar las capturas. Sin embargo, lo característico del lugar es la forma que tienen los bamares de remar con una de las piernas. Dado que necesitan de las dos manos para sostener la red, han aprendido a mantenerse en equilibrio sobre la barca, mientras sujetan con una de las piernas el remo para desplazarse en el agua.
A continuación, los huertos flotantes de tomates, allí, meciéndose al compás de las aguas.
Y luego, unas cuantas vistas a los talleres: de telas –seda, lino, cáñamo-, tabaco y madera, plata y paraguas. Lo cierto es que da bastante pena ver las condiciones de vida en Inle.
Se trata de gentes que viven y trabajan en una gran casa sobre pilotes esperando la llegada de algún turista que compre sus manufacturas. Creo que alguna de las cosas que adquirí fue una especie de pequeña contribución a la economía local, entre ellas, un pequeño belén en una cajita de madera en forma de pez con unas figuritas de barro del tamaño de una alubia. Me cobraron los 7$ que he pagado más a gusto en mucho tiempo.
Llegamos a la Pagoda Phaung Daw Oo, centro religioso por excelencia del Estado de Shan. Ubicada en una amplia explanada de mármol y con cientos de palomas a su alrededor, no es que sea un lugar con encanto, aunque llaman la atención los cinco budas cubiertos de oro de su altar.
Como en el resto de pagodas de Myanmar, aquí también existe la costumbre de cubrir las figuras de buda con pan de oro, ritual que sólo pueden realizar los hombres. Y tan es así, que los cinco budas de Phaung Daw Oo han quedado deformes sepultados bajo tanta capa dorada.
El suelo de madera estaba impecable y sobre él, ante los budas, cuatro mujeres de la etnia Pa-O hacían reverencias frente a los budas solicitando al maestro de ceremonias que aceptara sus ofrendas de láminas de oro y las pegara sobre lo que parecen cinco pedruscos.
Rodeando el templo hay puestecillos –decenas- de artesanía, sobre todo en plata, regentado por mujeres que deben vender más bien poco -las pobres- porque, ya la hora que era- al comprar unos collares y unas pulseras, restregaban los billetes por toda la mercancía expuesta en las mesas bajo la expresión de “lucky money” para referirse a que, esta primera venta, atraería unas cuantas más a lo largo del día. Tras la Pagoda hay un mercado de verduras, pescado, telas y plata que merece la pena ver.
De vuelta a la canoa, nos llevaron a comer –por supuesto al lugar en el que reciben comisión-.
Pensamos erróneamente que el lugar sería cutre y que la comida, además de ser pésima, nos costaría un ojo de la cara. Pero no fue así. Se trataba de unas pequeñas terracitas – una por mesa- techadas en bambú con un servicio y una comida excepcional y nada cara.
Aldea Indein y Complejo religioso Shwe Inn Thein Paya
Desde allí, continuamos hasta Indein (también escrito In Dein o Inthein). El camino es superchulo, pues se abandona la tranquilidad de las aguas del Lago, para subir por un canal ancho de aguas marrones que, en ocasiones, se estrecha por barreras de bambú que aceleran la canoa a al paso por la estrechez que dejan para la circulación de las barcas.
La mayoría de las barcas te suelen dejar junto a un puente que hay en la aldea, pero no sé por qué motivo, nos dejaron mucho más lejos. Lo que fue una gran suerte, pues tuvimos que atravesar la aldea de lado a lado, empapándonos de los juegos infantiles y las miradas y saludos de los aldeanos.
Una vez se atraviesa la aldea, hasta la Pagoda In dein se sube por una rampa –muy larga- de columnas techadas llena de puestecillos de artesanía: lugar enigmático y agradable. Son pocos los turistas que llegan hasta aquí.
Y, al poco, comienza la visión de las miles de estupas –de estilo shan, más estrechas que las que pueden verse en el resto del país- que conforman el complejo religioso Shwe Inn Thein Paya.
Al parecer, se trata de construcciones religiosas que sirven como ofrenda, plegaria, dádiva o acción de gracias, pues cada una de ellas tiene su correspondiente placa –la mayoría en birmano, alguna en inglés-. Las estupas más antiguas, de ladrillo rojizo, datan del siglo XVII, aunque hay bastantes más modernas y algunas en construcción. Es, sin dudarlo, el lugar más enigmático que visitamos en Myanmar; a lo que contribuía la soledad, la esfera de silencio y la abundante vegetación intentando devorar las construcciones.
Mientras pensaba si podría ser éste el lugar en el que reposaran mis cenizas el resto de mis días, el cielo fue tiñéndose de gris y, sin querer mirar hacia adelante, nos despedimos de las estupas cuando el cielo descargó toda su ira contra nosotros. No. Sin duda no creo que repose en este lugar, o mis cenizas terminarán por ahogarse.
Bajamos por el techado de columnas mientras decenas de niños venían a refugiarse de la lluvia y los tenderos recogían sus puestos ¡Qué trabajo por Dios! Como no paraba de llover y tuvimos que esperar un buen rato a que escampara, me acordé de los muñequitos que llevaba en el bolsillo de la mochila ¡Jamás he visto sonrisa más grande!
Todavía quedaban cosas por hacer, entre ellas, visitar un mercado frente a un huerto flotante lleno hasta la bandera de turistas españoles regateando por el más diminuto de los kyats; pero hubo una visita –casual- que recordaré el resto de mi vida.
Las Mujeres Jirafa del Lago Inle
Recuerdo que el primero de los artículos periodísticos que escribí en los inicios de mi carrera profesional fue sobre las mujeres padaug. Sabía que las mujeres jirafa son originariamente de Birmania, pero que mayoritariamente se exiliaron en el Norte de Tailandia, más allá de Chiang Rai. No me haré la ingenua, ya que pensé que podría encontrarlas aquí, pero tampoco las buscaría.
La controversia que existe en torno a ellas me tuvo moralmente dividida antes de conocerlas. Los anillos de su cuello y extremidades, inherentes a su etnia desde la antigüedad, son juzgados como una salvajada del siglo XXI. Un involucionismo propio de gente no civilizada o de quienes hacen negocio con una tradición que debería ser erradicada por su crueldad.
He pensado mucho acerca de esto: de la belleza como tortura y de la exhibición como comercio.
No me parecen tradiciones, costumbres o salvajadas que deban perpetuarse la ablación africana, la extinta reducción de pies de las japonesas hasta el siglo XX, los platos labiales de las mujeres mursi de Etiopía, las escarificaciones de los mboroboro cameruneses, los tatuajes faciales de los maoríes o los anillos de las mujeres padaung. Tampoco soy de las que escruta a otras personas como si fueran monos de feria.
He leído y he visto documentales acerca de la indignación de las mujeres padaung – tribu del pueblo Karenni– con los turistas que las observan como extrañezas mientras compran en las tiendas de sus aldeas tailandesas a las que se desplazan expresamente para verlas. Se dice que se ven empujadas a continuar con la tradición de los anillos como único medio de subsistencia y que, en Birmania, llegan a ser esclavizadas con igual finalidad.
¿Y todo esto es moral? ¿Vergonzoso? Pues por supuesto que es vergonzoso. He visitado muchos blogs de viajes que no hablan de las mujeres karenni para no fomentar el comercio de su exhibición. Pero… las mujeres siguen existiendo, y siguen llevando sus collares, y siguen haciendo de ellos su medio de vida. Y ¿Qué hacemos entonces?
Creo que lo que más merecen estas mujeres es respeto y que se hagan visibles sus historias. Será la única manera de erradicar una tradición, si es que es una costumbre bárbara y dolorosa –lo que desconozco en profundidad-, o de perpetuarla en caso de que se trate de un orgullo para ellas. Por eso yo no haré invisible a las mujeres padaung, sino que, por el contrario, os emplazo a que reflexionéis como yo sobre ésta y otras tradiciones que, a lo largo y ancho del mundo, no llegamos a comprender –alguna de ellas decididamente necesarias de erradicar.
Y tras este inciso, continuaré con la narración.
Pasamos por un taller de sombrillas y, al asomarme a uno de los balconcitos que tenía el palafito, vi a tres mujeres tejiendo. Eran mujeres karenni, de la tribu padaung. Las saludé. Vieron a Macarena y quedaron mirándose entre ellas con extrañeza: las tres mujeres miraban a Macarena de la misma manera que Macarena las miraba a ellas. Y, entonces, la más joven me dijo que podía fotografiarlas. Me puse nerviosa. No sabía que hacer. Había fotografiado a las mujeres Pa-O, a las Karen, a los niños bamares, a las mujeres con thanaka… Había fotografiado todo lo que era tan distinto de aquel país al mío y, por eso, saqué la cámara e hice un par de fotografías. No me pidieron nada. No les di nada. Sólo hablé con ellas y nos sonreímos. Luego, nos dijimos adiós.
Después de esto volvimos a Nyaugwshe. Estaba atardeciendo en el lago Inle y los rescoldos de la lluvia dieron paso a un precioso arocoiris. Acababa una de las experiencias más fascinantes de mi vida y pronto todo aquello sería un recuerdo.
8 comentarios
Hola Emerencia!
Gracias a ti por leernos.
Me alegra que te haya gustado la entrada, lo cierto es que ha sido bastante complicado resumir tantas sensaciones, tantas experiencias… Desde luego, contemplar Inle es una de las mejores cosas que he podido ir a buscar en el mundo. Creo que no podré olvidar el Lago.
Muchos besos. Me alegra poder saludarte.
Hola Macarena, que hermoso reportaje de vuestro viaje, felicidades, las fotos y el texto describiendo tantas cosas interesantes, el conjunto de los templos, las mujeres tejiendo, la visa en esas orillas, no me extraña que fuera una de las experiencias más fascinantes que hayas tenido. Es un lujo tus descripciones. Gracias, gracias, besos mil
Hola Macarena.
Me encanta, me encanta y me encanta.
El lago Inle sin duda es hasta ahora lo que más me ha impactado de vuestro viaje. También es cierto que la naturaleza es algo de mi predilección en los viajes.
Hay una fotografía en la cual, se refleja en el lago el paisaje, que es una auténtica pasada, para enmarcar.
Lo de las mujeres con esos aros en el cuello, me parece muy fuerte, haces bien en decir lo que piensas.
En resumen una entrada completisima, llena de buen trabajo y que nos lleva hasta un lugar verdaderamente bonito.
Un gran y afectuoso abrazo.
Qué bonito!! No solo la belleza del lugar sino poder ver como se fabrican algunas cosas y ver de cerca costumbres tan diferentes de las nuestras. Un besazo
Gracias Miguel,
Eres un sol. La verdad es que el Lago Inle es muy chulo. Concentra en muy pocos kilómetros naturaleza, habitantes de diferentes etnias, modos imposibles de pescar y desplazarse, artesanía, religiosidad… Es un lugar especial, sí señor.
Espero que un día lleves a María porque va a disfrutar tanto como lo hizo Macarena.
Un beso
Hola Asunción,
Seguro que en Inle encontrabas también productos naturales para el cuidado de la piel, el pelo…
Me encanta que te haya gustado.
Un beso
Ufffff!! que hermosa entrada Macarena, para ser sincero creo que es una de las más bonitas que te he leído,… y las fotos,… las fotos espectaculares! Enhorabuena!
Ohhhh! Me da hasta vergüenza que me digas esas cosas!!! Muchas gracias. Creo que lo que ocurre es que lees los textos con mimo. Me alegro que te haya gustado la entrada y, espero, que vengan muchas más que sean de tu agrado.
Un beso