Katmandú había sido siempre para nosotros un mundo lejano y desconocido que no sabíamos si un día llegaríamos a visitar. La arquitectura única de los templos nepalíes y aquellos palacios que vimos derrumbarse como castillos de naipes en las imágenes del terremoto de 2015 que dieron la vuelta al mundo, eran fotografías de “la remota cima del mundo” que, el año de nuestro viaje a India, se cruzarían en nuestro camino como un sueño que casi no imaginábamos que cumpliríamos.
Y así fue que decidimos incluir el Valle de Katmandú en nuestro itinerario de India, como un break a las abarrotadas calles de Delhi o Varanasi; y nos acercábamos a Nepal con una curiosidad casi infantil de los que esperan descubrir un mundo muy diferente de los hasta ahora conocidos.
NUESTRO DESTINO DE VIAJE NUNCA ES UN LUGAR, SINO UNA NUEVA FORMA DE VER LAS COSAS
Sabíamos (sabemos) que Katmandú no es Nepal, pero nos resultó suficiente conocer la capital y las ciudades de sus alrededores para enamorarnos de las construcciones, las pequeñas callecitas, el bullicio, la alegría de su gente, la comida, y querer regresar algún día a descubrir más de la naturaleza, la geografía y las extensas áreas rurales del país. Nepal no nos decepcionó: fue el país desconocido con el que esperábamos encontrarnos.
La primera impresión de Katmandú, tras haber llegado divisando desde el vuelo las cumbres de la Cordillera del Himalaya, se produjo ya aterrizando en su aeropuerto, ubicado en mitad de una ciudad extremadamente extensa a vista de pájaro; ya que son pocos los aeropuertos internacionales que se hallan en medio de una población. “Nos vamos a morir en una ciudad tan grande”, pensamos. Pero nada más lejos de la realidad: Katmandú nos brindó tranquilidad dentro del bullicio, y el caos dentro de la tranquilidad.
Porque Katmandú es muchas cosas a la vez: es cultura, es arquitectura, es religión, es diversión, es compras, es “lo desconocido”, es Katmandú.
El Barrio de Thamel
Como ya contamos en la entrada anterior, nos alojamos en una pequeña callecita del barrio de Thamel, que es el lugar más céntrico y animado de la capital, y a la vez en el que hay más servicios y está más cerca de todo.
Para llegar hasta allí, evitando a los taxistas y sus elevados precios en el aeropuerto, salimos hasta la carretera principal y, justo enfrente, en una parada de taxis, negociamos las 500 rupias (NPR) – 3,50€ que nos costó para llegar a nuestro alojamiento.
Lo primero que visita cualquier viajero, si es que termina por elegir la zona de Thamel, es lógicamente, este barrio. Katmandú no es una capital de grandes monumentos, pero su esencia radica en sus callecitas, sus pequeños rincones, las estupas que encuentras al doblar una esquina, sus tiendas, la abigarrada manera de anudar el tendido eléctrico a los postes de la luz; y eso es precisamente lo que uno encuentra en el barrio de Thamel, que en un par de días se recorre arriba y abajo, conociendo todos sus rincones, a la par que sales a cenar, a comprar o a visitar la que es la gran atracción de la ciudad: La Plaza Durbar.
La Plaza Durbar de Katmandú
Durbar significa palacio en nepalí, y la plaza Durbar de Katmandú es una pieza de la trilogía que se completa con las otras dos plazas que se ubican en Patan y Bhaktapur.
Visitar la Plaza Durbar de Katmandú (al igual que las otras dos) no es gratis para extranjeros. Hay que pagar 1000 NPR (7€) para acceder a la zona, y aunque muchos cuentan que hay rincones por los que entrar gratis, pensamos que no es tan fácil encontrarlos. Todas las entradas están valladas y, aunque fuera de otra forma, siempre hay personas encargadas de ir solicitando la acreditación del pago a los extranjeros que ven en la plaza. Y esto es así porque, al comprar la entrada, te acreditan con unas cartulinas de color que debes llevar colgadas en el cuello.
Lo que sí es cierto, es que las taquillas abren de 8:00 a 19:30 horas, lo que significa que si vas antes o después de esta hora, no hay cobradores y puedes entrar sin pagar en la plaza.
La entrada da acceso al recinto por 24 horas, pero en caso de que quieras visitar el área por más de un día, puedes gestionar una extensión de la entrada en una pequeña oficina, en la que hay que entregar el pasaporte, el ticket de pago y una fotografía. Entonces, te expiden una especie de carnet, que te permite circular y visitar la plaza por tiempo ilimitado.
La plaza de Katmandú, como ocurre en las otras dos plazas Durbar, existen un conjunto de palacios, templos y edificaciones que conforman un conjunto monumental, y antiguamente administrativo, desde el que, en el pasado, las dinastías reales gobernaban sus territorios.
Uno de los edificios más significativos es el templo de la niña Kumari.
Hinduistas y budistas del Valle de Katmandú creen que la diosa Taleju se reencarna sucesivamente en una niña virgen de entre los newars del Valle, y que abandona su cuerpo tras la primera menstruación, escapando a través de su sangre y desacralizando a la niña, para volver a reencarnarse de nuevo en otra preadolescente, que será considerada la nueva deidad viviente.
Las niñas, que deben tener unos rasgos físicos determinados y, en Katmandú, el mismo signo zodiacal que el Presidente de la República para asegurar la buenaventura del país, vive aislada en palacio y es asistida por una corte. No va a la escuela y no puede pisar el suelo exterior de palacio. Una maravilla.
El problema es que, una vez se alcanza la pubertad, “son despedidas” sin honores tras haber perdido su infancia, y tienen que emprender una vida desde cero.
Por otra parte, el conjunto arquitectónico de la Plaza Durbar cuenta con decenas de templos y esculturas, con su estructura escalonada y sus tejados superpuestos y con un gran Palacio Real compuesto de diferentes patios, estancias y torres y una espectacular sala de coronación.
Además, en la plaza se dan cita vendedores, paseantes, peregrinos y turistas, conformando una variopinta amalgama de retazos difícil de encontrar en otros lugares del mundo y muy digna de contemplar.
Lo mejor es que, siendo la principal de las tres plazas Durbar de Nepal, y pese a su espectacularidad, puede que sea la menos llamativa de las plazas, pero por el contrario, como muy probablemente sea la primera que visites, el impacto es mayor y comparándola con el resto, no te decepcionará.
Las primeras impresiones son las más duraderas
Estupa Boudhanath
El mismo día que visitamos la Plaza Durbar de Katmandú, fuimos por la tarde a visitar la Estupa Boudhanath y el Templo Pashupatinath, cercanos entre sí.
La Estupa Boudhanath es una de las más grandes del mundo y está ubicada en una de las antiguas rutas comerciales entre Nepal y el Tibet. Cuando los refugiados tibetanos se comenzaron a instalar en Nepal en la década de 1950, tras la invasión China del Tibet, eligieron esta zona como asentamiento. Así que, en la actualidad, hay alrededor de la estupa más de cincuenta santuarios tibetanos. Además, a tan sólo 2 kilómetros (5 minutos en coche), se encuentra Chabahil Stupa, también conocida como Little Boudhanath, que es considerada la estupa budista más antigua del Valle de Katmandú.
Dicen que la mejor hora para visitar la estupa es a la caída del sol, porque es cuando comienzan las oraciones. Y, casualidad o no, esa fue la hora en la que la visitamos; y es realmente mágico ver cómo cambia la luz en el recinto, mientras la gente realiza el ritual de rodear la estupa, siguiendo el sentido de las agujas del reloj, mientras hacen girar los molinos de oración.
Al parecer, hubo un tiempo en el que se podía acceder a la estupa, pero cuando nosotros la visitamos, en 2024, sólo era posible entrar en el recinto y bordearla. Porque la estupa se encuentra rodeada de edificios a través de los cuáles se alza, erigiéndose sobre ellos y es posible subir a las muchas cafeterías y restaurantes de los edificios de la plaza para mirar a los Ojos de Buda, que se encuentran bajo el pináculo, en cualquiera de sus cuatro lados.
La entrada al recinto de la estupa cuesta 400 NPR (3€), pero las taquillas cierran a las 19:30, con lo que si llegas más tarde de esa hora, no tienes que abonar la entrada.
Templo Pashupatinath
Después de haber visitado la gran estupa budista, nos dirigimos andando y con las indicaciones de la app maps.me al Templo Pashupatinath, que se encuentra a tan solo dos kilómetros. Fue un acierto haber elegido así el orden de nuestra visita porque el trayecto fue cuesta abajo, y de haberlo hecho en orden inverso, hubiéramos tenido que subir unas cuestas de considerable inclinación.
Entrar al templo cuesta 1000 NPR (7€), pero como era más tarde de las 19:30, no tuvimos que pagar entrada, y además disfrutamos de la hora más auténtica, en la que retirados los turistas, se dan cita los verdaderos rezos con el paseo de las parejas por entre las lápidas de su parque, y las múltiples cremaciones con la meditación de los sadhus, algunos de los cuales están instalados entre tumbas y templos, y sólo salen al caer la noche.
El templo Pashupatinath es uno de los mayores recintos hinduistas del mundo dedicados al dios Shiva y los nepalíes lo consideran el más sagrado de entre todos los templos dedicados al dios Pasupati. Además, es el templo más antiguo de Katmandú.
Hubo un tiempo, como ocurrió en el distrito de Eyüp de Estambul, o en la ciudad marroquí de Moulay Idriss, en donde se restringía la entrada a los no musulmanes, que en el Templo Pashupatinath estaba vetada la entrada a los que no eran hindúes de nacimiento. Pero ahora esto no es así, pese a que durante el día, sí que hay una restricción de acceso a los ghats de cremación para los extranjeros. Pero a la hora que fuimos, y sin una gran afluencia de curiosos y mirones, pudimos movernos por todos los rincones sin dificultad.
Pashupatinath es un gran recinto en el que la parte principal está ocupada por un templo hindú con arquitectura de templo nepalí. Pero además, se encuentra atravesado por el río Bagamati, afluente del Ganges, en donde existen ghats de cremación, en los que se siguen rituales similares a los que habíamos presenciado en Varanasi y; frente a ellos, un pequeño bosque con estupas y templos en los que, amparados en la oscuridad de la noche, las parejas se arrancan besos furtivos.
Recomiendo, visitar el templo a esta hora. La autenticidad de rezos, ritos y religiosidad os dejará pasmados. Aunque el olor que desprenden las cremaciones es difícil de digerir.
Swayambhunath, el Templo de los monos
El Templo de los monos se alza en una alta colina desde la que se puede ver completamente la ciudad de Katmandú.
Lo visitamos por la tarde el día que fuimos a conocer Patan. Llegamos en coche por la carretera del sur del templo, que dista un solo tramo de escaleras de la parte alta, y bajamos por la escalera de 365 escalones hasta las calles que nos llevaron a Thamel cruzando el río. Subir esa escalera hubiera sido un auténtico suicidio.
Swayambhunath es un complejo de templos y edificaciones, habitado por monos “sagrados”, considerado como uno de los lugares de peregrinación más sagrados para los budistas nepalíes.
Su parte más alta, y desde donde se divisa toda la ciudad, está coronada por una estupa que tiene los mismos ojos que vimos en Boudhanat. Además, cuenta con templos, santuarios, un monasterio, una biblioteca y algunas tiendas.
Antes que comenzara a diluviar, visitamos con un sol radiante, las diferentes instalaciones en las que la religiosidad se contempla verdaderamente emanando de los peregrinos que visitan el lugar. Aparte, presenciamos rezos y desfiles de coros que, ataviados con uniformes, realizaban sus cánticos y coreografías al más puro estilo del país.
Pero cuando comenzó la lluvia, nos vimos hacinados en una pequeña estancia en la que comenzó un rezo interminable y de la que no creí poder salir nunca, hasta que decidimos bajar lentamente las escaleras al mismo ritmo que la pequeña cascada de agua que terminó por encharcarnos las zapatillas.
A decir verdad, no fue un lugar que me gustara especialmente. Pero esto es porque no me hacen gracia los lugares habitados por monos. No me gustan como huelen y, además, me producen cierta inseguridad por las imprevisibles reacciones de estos animales.
La entrada al complejo cuesta 200 NRP (1,5€).
Patrimonio de la Humanidad en Katmandú
El valle de Katmandú comprende siete conjuntos representativos de la totalidad de las obras históricas y artísticas que han hecho mundialmente célebre a esta zona. En esos siete conjuntos están comprendidas: las tres plazas Durbar: Katmandú, Patan y Bhaktapur; las estupas budistas de Swayambhu y Boudhanath; y los templos de Pashupatinath y Changu Narayan, al Este de Katmandú.
6 comentarios
Qué maravilla, sin duda este es un destino que me encantaría y que pongo en mi lista de deseos. Un besazo guapa
Este país es encantador y muy interesante, Asun.
Muchas gracias por tu comentario.
Un beso.
Me he quedado alucinada. Ir allí tiene que ser toda una experiencia. He visto muchas fotografías en las redes, pero he de reconocer que leer tus impresiones me ha dado otra visión, otra perspectiva más real. Creo firmemente que podría viajar contigo por todo el mundo ya que tenemos gustos iguales. A mi tampoco me gustan los templos o recintos habitados por monos. De hecho intento evitarlos a toda costa jajaja Y tampoco creo que soportara mucho el olor de las cremaciones…. aunque ya sabiendo este dato llevaré conmigo un bote de «Vicks Vaporub», basta con aplicar un poco debajo de la nariz para anular los olores desagradables. Espero que este truco te sirva en otros viajes 😉
Un abrazo enorme
Ay Alicia. Yo también sé que seríamos buenas compañeras de viaje, pero ¿sabes por qué? Porque creo que tienes el mismo sentido del humor que yo. Pero no sólo eso, sino porque intuyo que, con el paso de los años, para ti se ha vuelto más importante el viaje que el lugar; y acercarse a los nuevos sitios con la curiosidad de un niño y disfrutar de ellos, para mí se ha vuelto más importante que hacer fotos o colgar contenido.
Tomaré nota de tus consejos.
Un fuerte abrazo!!!
Me ha quedado muy claro la suerte que tuvieron de reservar un hotel tan céntrico. Se palpa tu entusiasmo Macarena, cuando no introduces en esas calles donde puedes hacer de todo; comprar, empaparte de u cultura, arquitectura, diversión, etc.
Sé que todas las culturas son respetables, y que el ser humano debería tener amplitud de miras, pero no me entra en la cabeza lo que hacen con las niñas (algunas, las «seleccionadas» para ello), viviendo de manera aislada, sin pisar la calle, sin ir al colegio…..hasta que les viene el primer período y las «rechazan». Me resulta cruel, pero lo dicho, son religiones, culturas, etc. Entiendo que lo que a nosotros puede parecernos aberrante, para ellos es una deidad, un signo de orgullo, un privilegio.
Debe ser una experiencia única visitar las estupas a la hora que lo hicieron ustedes. Me bastó leerte con detenimiento para entender lo que es estar allí en esos momentos. Como apuntabas, propicios para el recogimiento, los rezos, la intimidad de una religión y su fe.
Gracias por compartirnos tantas cosas, Macarena. Es un lujazo «viajar» con ustedes.
Un beso enorme.
Querida Nélida,
Respecto a la niña Kumari, siento lo mismo que tú. Es verdad que para sus familias debe ser un orgullo, pero los niños deben dedicarse a lo que deben dedicarse. En fin, que tú te has expresado muy bien y estoy de acuerdo.
Katmandú es una pasada. Como cuento, es un bello caos y, en sus lugares sagrados, es indudable que la espiritualidad de los devotos hace mágica la visita.
Un besote, amiga.