Sri Lanka posee fundamentalmente en tres estaciones:
1) Estación seca y de temperaturas agradables: De noviembre a marzo en la Costa Sur, y de mayo a septiembre en la Costa Este de la Isla. Evidentemente, ésta es la temporada adecuada para viajar.
2) Época de lluvias – Monzón-: afecta a casi toda la Isla de junio a octubre.
3) Estación Cálida: en abril y mayo.
En Agosto, por lo tanto, plena época de monzón, no es temporada de playa al sur de Sri Lanka. Hace sol, el calor es moderado por el efecto del mar y llueve intensamente a ratos, pero el principal problema de viajar en esa época del año -al menos para Yayo y Macarena- es el mal estado de la mar. Lo que nos planteaba la única opción de buscar un sitio de playa cómodo donde poder relajarnos y descansar. Lo del snorkeling, el submarinismo y la pesca… era ya otro cantar.
Magnífica bahía de Mirissa |
Aquella mañana, con nuestras bolsas preparadas a las 8 de la mañana junto al coche de Upul, todo era diferente. El ambiente era un poco tenso. De camino hacia el Oeste, y sin saber exactamente dónde íbamos, ni qué es lo que queríamos hacer, paramos en Matara. La playa, preciosa también, seguía estando muy expuesta a las corrientes. No nos fiábamos. Macarena querría bañarse y aquella playa no era segura.
Continuamos hasta Mirissa y volvimos a detenernos ¡Aquel era el sitio!
La playa de Mirissa está ubicada en una bahía a resguardo de las corrientes. Estaba llena de turistas practicando los más diversos deportes acuáticos y, los hoteles y restaurantes, que eran numerosos, estaban en el centro del pueblo. Bueno, en realidad, todas estas poblaciones costeras están atravesadas por la carretera nacional, con lo que no es muy seguro andar de un lado para otro por los arcenes.
El acierto, por tanto, reside en el hecho de que en uno de los márgenes de la Nacional –hasta la playa- haya terreno suficiente como para situar una zona habitada, una especie de gran urbanización, sin tener que estar continuamente andando por la carretera: Algo así era Mirissa. Además, está situada cerca de otra gran población, que es Weligama – donde se hacen las fotos los turistas con los típicos pescadores zancudos-, con lo cual no tendríamos esa sensación de aislamiento que sentimos en Tangalla. Vale, aquí nos quedaríamos.
La despedida de Upul fue algo extraña: que si vuelvo por vosotros en unos días, que si os cobro tanto, que si no, no hace falta, que si Yayo preguntándome cómo nos íbamos a mover, que si no te preocupes ya veremos queda tiempo… Extraña pero cordial y, a pesar de todo, he de decir que guardo de él un grato recuerdo.
Durante la primera tarde en Mirissa, ya fui testigo de las hazañas pesqueras de Yayo que, tras entenderse con el dueño del Hotel –también aficionado a la pesca-, se marchaba de paquete en una scooter para buscar una buena ubicación donde echar las cañas para el día siguiente.
Puestos de pescado en Mirissa |
Yayo se levantó inusualmente temprano a la mañana siguiente y anduvo perdido durante un par de horas pero, como lo conozco, ni le pregunté, ni me preocupé. Se habría subido a alguna peña para ver el estado de la mar, habría quedado con algún pescador el día anterior, o quién iba a saber lo que se le podía estar pasando por la cabeza.
Al volver, contó que se había ido a ver la lonja de pescado en el puerto de Mirissa y que se trataba de un auténtico espectáculo. Tanto es así, nos contaba, que para acceder al puerto a los guiris se les cobran 25 LKR (15 céntimos) pero no os puedo mostrar fotos porque como él, cuando se trata de pesca, pescado, carnada, caña, mar, barco, va a lo que va y se le nubla el resto del mundo, no se llevó la cámara de fotos, con lo cual Macarena y yo tuvimos que conformarnos con el relato que él nos hizo.
Y nos dijo que los atunes que había en la lonja eran de los más grandes que había visto en mucho tiempo, y que había decenas y decenas de especies de pescado. También contó que el olor era horripilante, y que los subasteros no dejaban de vociferar. Que el trasiego de cajas de pescado era continuo desde los barcos a la lonja y desde allí a los camiones. Y que había un montón de turistas de todas las nacionalidades haciendo fotos –por cierto-, dijo, que fue en ese momento cuando se acordó de que se había olvidado de la nuestra. Y ya que el Pisuerga pasa por Valladolid, compró un atún, unas gambas enormes y… un calamar grande para carnada, dijo.
Lo cierto que es que lo de Yayo con la pesca es un imposible y, con el tiempo, hasta me va haciendo gracia. Claro que, Macarena no se queda corta y le va a la zaga, y como se han convertido en mayoría… ¿Pero para qué queríamos nosotros, en un lugar rodeado de chiringuitos y restaurantes, un atún y un cubo de gambas? Pues es que, se le ocurrió que a Macarena le vendría bien descansar de su “extraña dieta cingalesa” y que le cocinaría algo con lo que estuviera familiarizada, así que pidió permiso en la guesthouse para utilizar la cocina y hacerle a su niña una cena con la comida que le gusta. Y es ahora cuando me toca decir que me casé con un magnífico cocinero.
La tarde anterior, Macarena estuvo observando todo el chiquillerío de la playa con tablas de body board practicando este deporte, y le entraron unas ganas repentinas de hacerse surfera; de modo que el día siguiente, buscamos algún lugar para alquilar una tabla. Por el alquiler del día completo pagamos 500 LKR (unos 3,50 €), así que se pasó el día entero metida en el agua -bajo la supervisión de su padre, por supuesto, que estuvo en todo momento a remojo también, el pobre- ola para arriba, ola para abajo. Ni qué decir tiene lo que comió y cómo pudo dormir ese día. Y Por la noche, Yayo guisó su pescado y sus gambas.
La mañana siguiente amaneció muy rara. El cielo estaba muy encapotado y no dejaban de caer intermitentes aguaceros. Quizá fue por la paliza surfera del día anterior o por lo extraño de la luz, pero ni Yayo ni Macarena querían levantarse y se pasaron casi toda la mañana durmiendo, mientras que yo me dediqué a leer y a navegar por internet desde mi teléfono.
Largas sesiones de playa y piscina ocuparon nuestra estancia en Mirissa
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Decidieron que el medio día era buena hora para salir de la cama, así que se asearon, se vistieron y nos acercamos a la terraza del Coral Beach a comer algo y a mirar las olas y los surferos.
El Hotel Coral Beach es una bonita guesthouse situada en la primera línea de una de las esquinas de la bahía de la playa de Mirissa. El precio de las habitaciones dobles ronda las 3.000 LKR y la vista es estupenda. Está ocupado principalmente por jóvenes surferos de todas las nacionalidades, aunque y pese a ello, por las noches no es un sitio excesivamente ruidoso, ya que el restaurante cierra temprano y los jóvenes prefieren los bares del otro lado de la bahía.
La comida es estupenda, deliciosa diría yo ¡Gracias a Dios! Y cuenta con una amplia carta de sándwiches, ensaladas, pastas, y carne con patatas fritas al estilo occidental. Aunque lo más, lo más, lo más bueno de la carta eran las prawn star. Lo que comí durante casi toda mi estancia, vaya. Se trata de un revoltijo de verduras y gambas con una salsa espectacular para chuparse los dedos. Por supuesto, los precios son irrisorios.
No tienen pizzas, pero un poquito más arriba, hay otro chiringuito, en primera línea de playa también, que las hace buenísimas (aunque ahora que lo pienso, sigo sin entender aún la manía de poner los ingredientes entre el tomate y la masa y no encima del queso como es lo habitual).
Por la mañana, solíamos decidir entre los tres dónde íbamos a comer ese día, pero las noches eran exclusivamente de Macarena en el Coral Beach porque cenaba lo más rápido que le era posible y, con una linterna y una botella de plástico cortada por la mitad, se pasaba las horas muertas recogiendo todos los cangrejos que por la noche salían de la arena. Un trabajo muy duro y muy entretenido para luego tener que dejarlos libres a la hora de ir a dormir.
Otro de sus entrenamientos nocturnos era el de la caza de luciérnagas. Había muchas por todas partes y buscaba con su padre hasta que alguna se posaban en algún matojo para cogerlas y volverlas a meter en la botella sudada que era su herramienta de caza nocturna imprescindible. Una vez allí, las observaba detenidamente, las estudiaba y hacía las mil preguntas pertinentes, para terminar dejándolas en libertad y ver cómo volvían a resplandecer al alejarse.
¡Imposible pescar! |
El pobre Yayo pasó todo el día observando el mar. No había podido ni mojar la caña desde que llegamos, había un “temporalazo” que no le permitía ni lanzar desde la orilla, cuanto menos embarcarse ¡Qué desilusión! Pero él, no perdía la esperanza y seguía conservando su calamar congelado en la nevera del hotel.
Weligama es una población costera típica por sus pescadores zancudos. Antiguamente, los ceilandeses se encaramaban sobre palos verticales, sobre los que asentaban un travesaño horizontal para descansar, y esperaban la subida de la marea, que era cuando pescaban.
Hoy en día, esta práctica es meramente residual, aunque aquí, en Weligama se siguen realizando “puestas en escena” para que los turistas tomen las respectivas fotografías de recuerdo. De esta manera, estratégicamente situados en la costa delantera de algún amplio espacio en el que puedan aparcar coches y autobuses, se suben a los palos y representan su escena, mientras en el aparcamiento, “el correspondiente” pasa al cobro de los turistas y mirones.
A mí, estas historias tan poco genuinas no me gustan, y no quiero ni contar sobre lo que les parece a los pescadores a los que acompaño, a los que eso de ver a personas con una caña en la mano sin sacar pescado les parece un sacrilegio. Por eso ni nos detuvimos.
Queríamos ir al centro, mucho más concurrido y con más comercio que Mirissa, porque tenía que comprar algunos batidos. Y además, nos acercamos a unos puestecillos de artesanía para comprar unas campanitas de barro, y una casita para pájaros.
Tuk-tuk en Weligama |
Pasamos el resto del día entre la orilla y la piscina, pero el tiempo no mejoraba mucho, y Yayo estaba ya empezando a impacientarse.
Mirissa es famosa por ser uno de los mejores lugares del Océano Índico, y tal vez del mundo, donde mejor se puede observar de cerca las ballenas y los delfines. Los barcos zarpan temprano por las mañanas, ya que por la tarde es más difícil avistar los cetáceos, y los viajes duran alrededor de cuatro horas. Pese a que la mejor temporada de observación de ballenas es durante el verano austral (entre los meses de noviembre y abril), los barcos siguen ofreciéndose a los turistas en cualquier época del año, claro que con el temporal que había, mejor era no subirse en barcos ajenos, evitar mareos y quedarse clavaditos a tierra.
Así las cosas y teniendo todo hecho en aquél lugar, nuestra estancia en Mirissa estaba ya más que concluida e iba tocando migrar a otra playa.
Dedicamos parte de la tarde a buscar un nuevo medio de transporte, que no fuera el autobús, que nos llevara al día siguiente –por la noche decidiríamos a dónde-; pero, como además de guiris, debemos tener caras de pardillos, nos pidieron unos precios desorbitados por el desplazamiento en coche. Así que, ni cortos ni perezosos, decidimos contratar un tuck-tuck que pasara a recogernos a las 8 de la mañana.