Con la visita a las ruinas de la Ciudad Antigua de Anuradhapura comenzaba propiamente nuestro periplo en un país lleno de leyendas e historia que, por supuesto tenía que contar casi de manera escenificada a Macarena, ya que se tomó gran interés por los relatos acerca de esta cultura tan extraña y tan nueva para todos nosotros. Le molaba eso de estar bajo el árbol de Buda traído nada menos que de la India, o en la cima de una roca volcánica donde había vivido un Rey con miles de mujeres, o en el lugar que lucharon dos hermanos por un reino, o… que le repitiera hasta la saciedad la historia del diente de Buda traído entre los cabellos de una princesa… En fin, que en cada lugar, tenía que contar una y mil veces cada historia y cada una de las leyendas que han perdurado por los siglos de los siglos en la mente de los ceilandeses. Lo curioso es que de estas historias, surgidas para distraerla y hacerle más atractivas las visitas, se acuerda mucho tiempo después de finalizados los viajes y luego las transmite cuando alguien la interroga sobre sus vacaciones.


Sin profundizar en el rigor de la Historia de Anuradhapura –ya que siempre será mucho más didáctico un libro de Historia que lo que yo pueda extractar aquí- diré que se trata de la primera capital del reino cingalés de la isla entre los siglos IV a.C. y XI de nuestra era.
Entre sus ruinas destacan principalmente sus enormes dagobas – en las que hay que descalzarse y descubrirse la cabeza-, pero siento decir que, para haber sido la cuna de la civilización cingalesa, no nos parecieron para nada unas ruinas majestuosas ni bien conservadas.


Dada la circunstancia de lo exagerado de los precios para acceder a los sitios arqueológicos de Sri Lanka, y que tenemos que pagar tres tickets para cada entrada, puesto que Macarena no entra gratis; y después de haber leído algunos consejos en diferentes blogs, optamos por no pagar la entrada de Anuradhapura y sólo visitar los sitios gratuitos.


La entrada a Anuradhapura vale 25 $ y 12,50 $ para los niños (los nacionales entran gratis, como en el resto de lugares arqueológicos) y te da acceso a unas dagobas determinadas y a la imagen del Buda Samadhi. No pagar la entrada significa que tienes que admirar y fotografiar alguno de estos sitios únicamente por fuera y que sólo tienes acceso a los lugares situados al aire libre (como muchas ruinas) o a aquellos en los que se paga una entrada aparte no incluida en el ticket de la visita a Anuradhapura.
Tanto antes, como con posterioridad, he pensado si hicimos bien, ya que no creo que guste a nadie viajar hasta tan lejos para perderse algo de un lugar al que probablemente nunca más volverás, pero creo que estuvimos en la decisión acertada. Primero, porque ya he comentado el estado “mejorable” de las ruinas; segundo, porque nuestro presupuesto no es ilimitado y tercero porque, al igual que en Mihintale, debemos contar con que viajamos con una niña de 8 años a la que tenemos que enseñar a disfrutar de cada viaje y no la podemos saturar de ruinas, templos, arte e historia hasta conseguir aburrirla o si no, creo, podemos hacer que deteste viajar con nosotros conforme vaya haciéndose mayor. Además, ese día hizo mucho mucho calor y Macarena estaba bastante «tocada», afectada aún por los efectos del jet lag y la poca ingesta de colorías de un menú al que nunca llegó a acostumbrarse del todo.
Por otra parte, y pese a que muchos viajeros, hemos leído, contratan su conductor sólo para trasladarse de una ciudad a otra, nosotros acordamos con Upul que las visitas las haríamos con él –salvo que nos apeteciera otra cosa- algo que era más cómodo para nosotros y sobre todo, para Macarena y nos ahorraba algo de presupuesto en taxis, tuk-tuks, autobuses o guías.


Lo primero que visitamos fue el Sri Maha Bodhi donde pagamos 200 LKR por adulto (Los niños no pagan). El eufemismo utilizado para estos pagos a la entrada de recintos sagrados es el de que hay que entregar “una donación para el templo”, pero vaya, que si no pagas, no entras. Este ticket te da acceso a una biblioteca y a un museo.
El Sri Maha Bodhi es un árbol crecido –dicen- a partir de un esqueje de la higuera de la India bajo la cual Buda obtuvo la iluminación. Y ahora tocaba explicarle a Macarena quién era Buda y qué hacía debajo de una higuera, cómo había llegado el árbol hasta allí y por qué acudía tanta gente a rezar en ese lugar, aunque la pobre no estaba para mucha fiesta.


Dicen que no es lugar bonito y que no supera las expectativas de muchos de los que hasta allí acuden, pero yo he de decir que tenía los ojos como platos y la piel de gallina.
Cientos de hombres, mujeres y niños acuden vestidos de blanco a realizar las más variadas ofrendas, mostrar su respeto al Maestro y hacer llegar sus ruegos y plegarias a Buda. Entre el silencio sonoro de los peregrinos se pueden oír los rezos y la lengua ininteligible de los monjes que ponen algo de orden en el deseo de los que hasta allí se acercan para dar gracias, mostrar sus ofrendas, hacer sus peticiones o sentirse redimidos. Hay mujeres con cestos llenos de flores y frutas, personas literalmente acampadas en las sombras de los árboles, banderitas con plegarias y peticiones, lugares donde se depositan velas, ancianos, enfermos, visitas de colegios, familias,… Un ir y venir de fieles y devotos con tal visible creencia en su Fe y con tal y extremo respeto, que no lo podría comparar jamás con la contemplación de los creyentes que he podido ver en otros Lugares Santos que he visitado.


También pudimos contemplar la gran Dagoba Ruvanvelisaya, la Dagoba Thuparama -la más antigua de Sri Lanka- y los trabajos de reconstrucción de la Dagoba Abhayagiri –construida en el siglo II a.C.-
Visitamos el templo de Isurumuniya Vihara cuya entrada cuesta 200 LKR y no está incluida en la general para Anuradhapura. Se trata de un templo excavado en la roca, a la que se accede por una escalera donde se encuentra una imagen original de un Buda dorado en posición de loto. Junto a ésta hay otra estancia mayor –de una época posterior- donde se encuentra un gran buda reclinado de imponente tamaño.


También se puede visitar un pequeño museo en el que se encuentra el famoso relieve de los “amantes” cuya fotografía forma parte de mucho de los folletos turísticos de Sri Lanka. Y es que los relieves tienen gran importancia en este monumento, no sólo por sus representaciones, sino por la maestría de su ejecución, como es el caso del bajo relieve del elefante a la derecha de la escalera que sube a la primera dependencia del templo.


Al finalizar la visita tuvimos que volver, cómo no, a contemplar los cientos de murciélagos que habitan una hendidura en la roca en la salida de la segunda estancia. Y al salir del templo pagamos el correspondiente estipendio de 100 LKR por haber dejado nuestro calzado en la puerta.


Nos despedíamos ya de Anuradhapura tras unas 2 ó 3 horas de visita bajo un sol abrasador y una humedad que te dejaba la camiseta adherida a la piel, con rumbo a Habarana y la pena en mi corazón al despedirme de un lugar de Historia al que probablemente jamás regresaré.


El Hotel en Sigiriya se llamaba Viceroy y era de reciente construcción. Estaba bastante nuevo y muy limpio y las habitaciones disponían de una excelente conexión wifi, televisor, frigorífico y aire acondicionado.


En realidad, las construcciones en Sri Lanka se van haciendo por fases, según lo va permitiendo la economía del que construye; con lo cual no es difícil encontrar una casa habitada en su parte inferior que aún tiene la planta alta de ladrillos y sin techo, o una casa a la que le falta una pared. Pues esto mismo es lo que le pasaba al hotel Viceroy, que en su parte delantera tenía los cimientos de lo que en un futuro será un salón, o un restaurante, o una recepción quién sabe.
Pero, por lo demás, las habitaciones eran amplias, luminosas y muy limpias. Y el restaurante (una construcción abierta de madera y palma), en el que había que encargar la comida por adelantado, servía una comida bastante adaptada, en la cantidad de especias, al paladar occidental.

