Iwahig Prison and Penal Farm es una de las pocas cárceles sin rejas y al aire libre del mundo.
La prisión se encuentra a casi 20 km de Puerto Princesa y se tarda una hora en llegar.
Fundada por la administración colonial estadounidense en 1904, la prisión de Iwahig en la isla de Palawan en Filipinas es una colonia penal al aire libre que cubre 38,000 hectáreas de selva y costa. Después de un período de prueba, los prisioneros a largo plazo pueden convertirse en granjeros, pescadores o agricultores, ya que la prisión es autosuficiente y autogestionada.
El régimen español había designado desde sus inicios a Puerto Princesa como un lugar donde se exiliaban a delincuentes condenados a destierro, pero la instalación fue establecida formalmente durante la ocupación estadounidense. Este establecimiento penal sirvió como recinto para los presos que no se pudieron alojar en la cárcel de Bilibid en Manila.
Viaje a un lugar diferente
Cuando viajas, la belleza de algunos lugares impregna tus ojos, otros lugares llegan al corazón, pero Iwahig es una experiencia que deja huella en tu mente porque impresionan más las historias de la que te hacen partícipe, que la visita en sí.
Antes de visitar la prisión, habíamos leído varios reportajes sobre aquel lugar y sólo tras ver un documental en televisión, nos decidimos a ir.
No obstante, la prisión ha debido cambiar sustancialmente en los últimos tiempos, pues años atrás se hacía mención a una colonia de decenas de miles de reclusos algunos de los cuales vivían con sus familias y, en la actualidad, sin embargo, la cárcel aloja “sólo” a tres o cuatro millares de presos y el alojamiento familiar ha quedado reducido a algunos presos que llevan confinados casi toda su vida.
Además, no hace tanto, se hablaba de una interacción casi libre con todos los presos de seguridad media y mínima y de visitas desde una valla a los reclusos de alta seguridad. Pero actualmente, la interacción entre visitantes y presos se basa en la que es posible tras un espectáculo en el salón de actos de Iwahig.
Una experiencia viajera impactante
Llegamos a Iwahig desde Puerto Princesa en un tricile que habíamos acordado el día anterior.
Al llegar a la puerta del penal, el único guarda de la garita de la entrada, nos pidió una documentación –la del conductor- y nos solicitó que depositáramos todo el tabaco que lleváramos encima. Nada más. Ni qué llevábamos en la mochila, ni quiénes éramos, ni a donde nos dirigíamos.
Atravesamos un largo camino de tierra salteado de pequeñas construcciones de caña y unas abundantes llanuras verdes. Apenas un par de reclusos con camisetas marrones deambulando por la zona.
Llegamos hasta una especie de patio rodeado de edificios de madera. El conductor aparcó donde se hallaban un par de vehículos y unas escaleras nos llevarían, sin saber por qué, a un lugar rubricado con un cartel en el que se podía leer “Reception Hall”.
Se trataba de una estancia muy amplia con suelo de madera, un edificio original del siglo XIX, en el que había una especie de pasillo realizado con mesas a modo de mostradores en los que se exhibían productos típicos de Filipinas. Al fondo, un grupo de jóvenes bailaba una muy ensayada coreografía al ritmo de Dahil Sa ‘Yo, la canción estrella del músico filipino de moda, Iñigo Pascual.
Nada más acabar el baile, un chico, cuyo nombre no puedo recordar, se acercó a nosotros después de que el grupo nos preguntáramos si sabíamos hablar inglés. Nos preguntó nuestros nombres, de dónde veníamos, cómo habíamos conocido el sitio,… y comenzó una larga conversación.
No superaba los 22 ó 23 años y llevaba en la cárcel desde que, a los 16 dijo, había matado a un policía que previamente había disparado a su hermano pequeño. Entró en la cárcel de Manila, un lugar de sufrimiento, hambre y vete tú a saber qué más, hasta que por buena conducta, lo trasladaron a Iwahig, en donde llevaba 3 ó 4 años. Le quedaban 8 años de condena.
Nos contó que no venía nadie a verlo. No tenía familia. Pero que si así hubiera sido, Puerto Princesa se encuentra muy lejos del resto de Filipinas, del resto del mundo.
Su sueño era trabajar como mecánico en un taller de Port Barton porque había conocido a alguien que le prometió darle trabajo cuando saliera.
Habló de la escasez de comida en la prisión, de lo duro que fue pasar por Manila, del tema de la homosexualidad y la transexualidad en Iwahig, de los presos y las condiciones del área de máxima seguridad, de sus sueños y sus esperanzas.
Durante toda la conversación, su actitud, más que respetuosa, finalizando cada frase con un “yes, mam” o “no, mam”, dejaba ver la huella que la disciplina penitenciaria había dejado en él con el paso de los años.
Luego, nos presentó a sus compañeros: “su nombre es … está condenado a 15 años de prisión por asesinato. Le quedan 6 años de condena. Mató a un vecino que intentaba violar a su hermana”; “Su nombre es… está condenado a tantos años de prisión por tráfico de armas”; y así nos fue presentando a todos y cada uno de los chicos que allí había: traficantes, violadores, asesinos, sicarios,… Desde luego, angelitos no eran; aunque en la mayoría de los casos “o eran inocentes, o se les habían imputado delitos más graves”.
Y como en todas las cárceles del mundo, los violadores son la escoria entre la basura.
Fuimos a comprar algún souvenir para colaborar, en realidad no sé aún muy bien con qué causa. Nos acompañó uno de los chavales del grupo que me hablaba entre susurros. Me contó que, aunque su condena era por violación, él no era un violador. Me dijo, disculpándose o excusándose conmigo, que era mayor de edad cuando mantuvo relaciones sexuales con su novia menor y que se hallaba en prisión porque su suegra lo había denunciado.
Durante toda esa larga conversación y esa extensa visita, la esfera de libertad que se respiraba era totalmente ficticia. Había un solo guardia sentado en una silla al fresco, pero ya no sólo él, eran decenas los ojos que nos observaban. Sin duda, estábamos en una cárcel y nuestros movimientos no pasaban desapercibidos.
En la puerta, el guardia hizo que un preso nos devolviera el tabaco depositado, algo que aprovechó para pedir disimuladamente unos cuantos cigarrillos que escondió con especial destreza de la vista del vigilante.
Más dudas que certezas
Salimos de allí con más dudas que certezas.
Eran unos presos excesivamente jóvenes con unas larguísimas condenas, pero que seguirían siendo jóvenes cuando salieran de prisión, a pesar de que habrían pasado 10 ó 15 años encarcelados.
No escapan de ese lugar sin rejas y con apenas vigilancia porque siempre será mejor vivir en Iwahig que en las congestionadas cárceles Filipinas.
Sus historias de “chicos malotes” dejan vislumbrar historias de sufrimiento en reclusión.
Y por mucha ausencia de rejas, Iwahig no deja de ser un penal para hombres, con las sombras y secretos que toda prisión posee. No. Iwahig no es el paraíso de los presos, aunque siempre será mejor que una cárcel en Manila.
Cómo llegar a Iwahig desde Puerto Princesa
Aunque es posible llegar hasta la prisión en multicab o jeepney porque éste para en la puerta, nosotros negociamos con un tricicle el día anterior, según las tarifas por kilómetros, que pagaríamos 300 Php por hacer el trayecto de ida y vuelta. Pero cuando vino a recogernos, tarde por cierto, el conductor nos dijo que nos cobraría 600 Php (300 Php cada trayecto).
Yo me enfadé un poco porque un trato es un trato, pero le dije que le pagaríamos 400 Php y aceptó, aunque finalmente terminamos pagándole 500 Php (9€).
Entre la ida, la vuelta y la visita, tardamos unas 3 horas.
16 comentarios
Madre mía, esa si que es una experiencia y por lo que cuentas los casos de los chicos allí presos eran de los más variados y en algunos casos dudosos.
¡Qué va, Asun! ¿Dudosos? Para ellos todos son inocentes. Otra cosa es que las condenas sean desproporcionadas, duras o el sistema de defensa no haya sido tan garantista como el nuestro, pero a mí me quedaron claros cada uno de los delitos.
No me extraña nada, que esta visita a la prisión de Iwahig en la isla de Palawan, os resultara impactante.
Por un lado me ha parecido muy pintoresco y extenso este penal, ya que se trata de una institución oficial al aire libre, algo insólito dentro del mundo de las prisiones a nivel mundial. Otra de sus rarezas es que tras un periodo de prueba, los prisioneros alojados a largo plazo se puedan convertir en agricultores, pescadores… por el mero hecho de la autogestón.
También me ha parecido impresionante la vida de este jovencísimo preso con el que tuvísteis ocasión de compartir sus vivencias y la causa de su detención. Aunque es lógico, que debido a la gran pobreza y al desamparo que sufren la mayor parte de las familias filipinas, estas acaben por no poder hacerse cargo del futuro de sus hijos y los chicos terminen en la calle tan jóvenes, como el que conocísteis allí.
Las fotos también me han ayudado mucho a poder conocer más de cerca esta prisión. Me ha parecido muy simpática esta foto donde sale Macarena hija junto a ese grupo de presos… que si no supiésemos el lugar concreto donde están, podría pensarse que son un grupo de amigos que conoció allí.
Un beso, amiga Macarena y feliz inicio de semana.
Ay Estrella, me hace gracia lo que dices porque Macarena, que posee la ingenuidad propia de la adolescencia, salió diciendo que era una pena porque «parecían muy majos». En fin…
Un besote
Menuda visita Macarena, me ha impresionado mucho. No tenía ni idea de la existencia de esta cárcel y mucho menos que se podía visitar así sin más y poder hablar con los presos tranquilamente. En fin, un lugar que sin duda alguna nos hace reflexionar a todos.
Un abrazote
Alicia
Sí, Alicia, sin más. Sólo dejando el tabaco en la puerta.
No se trata de un lugar, se trata de un conjunto de vidas que transmiten una experiencia que, detrás de una apariencia de lo más normal, esconde el horror de la privación de libertad.
Para ser sinceros, no sabría qué concluir de esta experiencia por encontrarla tan absolutamente alejada de mi cotidianidad.
Un abrazo!!!!
Un lugar muy curioso Macarena y por lo que veo una experiencia inolvidable. Un beso y feliz tarde 🌈🌈🌈
De las más impactantes que he tenido, Vicenta.
Un besito
¡Vaya! Sin duda un lugar que deja huella.
Asentía al leerte decir que al viajar, hay lugares que impregnan nuestros ojos, otros que llegan al corazón y los hay que dejan huella en nuestra mente.
Lo he entendido perfectamente y me lo has transmitido en este relato.
Claro que a uno le impresionan las historias humanas, cuando las ve y las siente tan de cerca, aunque sean personas que nunca has visto antes y muy probablemente nunca más vuelvas a ver.
Porque en esos lugares hay mucha falta de libertad, mucho control, muchos sueños truncados, muchas decisiones erróneas, hay justicia o injusticias, hay dolor, hay soledad, hay ausencias y supongo que la cabeza no para de trabajar pensando en qué será de ellos el día que salgan de allí.
Hay sentimientos a flor de piel, y esos se anclan a uno de manera especial.
Al menos en las personas con empatía
Gracias por compartirnos todo esto, y de paso mostrarnos un poco más de tu forma de ser y sentir, de conocerte un poco más.
Un beso grande.
Poco tengo que añadir a tu comentario, Nélida, creo que has resumido con toda exactitud lo que quería transmitir cuando redacté la entrada.
Gracias a ti, de corazón.
Un beso
Uffff menuda vista…. desde luego sobrecogedora, sobre todo escuchar las historias de cada uno, por qué están ahí y además tan jovencitos.
Y habéis estado de película ahí con intercambio de cigarrillos y todo jeje
Como os dije me parece una gran experiencia, puede que no sea la más bonita del mundo pero desde luego es de las que dejan huella. Besazos familia!!
¿Tú te has dado cuenta de la perfección en los vis a vis? Je je je
Éste es de los lugares que te gustarían, Alex, así que lo he escrito pronto para que cuando vayas a Puerto Princesa no te lo pierdas. Fue una experiencia increíble y casi surrealista porque entre ver que no te piden documentación, que llegas y están bailando, que luego te cuentan sus vidas y delitos y ya, por fin, que uno de los reclusos se excusa conmigo,… Pero quizá lo que más me llamó la atención fue conocer de la soledad de los chicos y de los sueños tan modestos que les aguardaban al salir de prisión.
Desde luego, para aprender, hay que visitar lugares como éste.
Un besote, Alex.
Vayaaaa. Es impresionante. Historias que si son contadas por los autores conmueven más.
Creo que ahí están mejor que en otras carceles de ese país.
Que jovencitos se les ve. Y tu hija presumirá de haberse hecho la foto con ellos.
Cuidaros.
Un abrazo.
Imagino, Laura que, tal y como están las cárceles de Asia, preferirán un lugar así; aunque no deja de ser una cárcel, claro y siempre es mejor vivir en libertad.
Respecto a Macarena, se lo toma todo con tanta naturalidad que hasta a mí llega a asombrarme; casi pareció que hablaban de las cosas normales de las que hablan los jóvenes.
Un abrazo, Laura. Disfrutad mucho de esa Vía Verde!
Caramba, qué cárcel más curiosa. La verdad es que si no lo mencionas a través del artículo, casi no hubiéramos identificado este lugar como tal.
Y no solo el recinto, que al menos en apariencia parece un lugar de vacaciones, el hecho de que los visitantes puedan hablar con los presos es algo increíble. Luego, las historias que comentan… bueno, eso es lo típico de siempre, o el delito fue menor de la condena, o siempre hay una historia que justifique lo que hicieron o que rebaje su gravedad. Aunque habrá de todo, la realidad suele ser menos amable.
Interesantísimo, y diferente, reportaje, Macarena. Un abrazo!
Pues sí, David, es así: o en su mayor parte inocentes o, en gran medida, agraviados por el sistema legal. No obstante, y tal como dices, éste lugar es mucho más que un sitio curioso.
Un fuerte abrazo!!!